La primera puerta
En el año 1974 hizo una prueba de selección en una convocatoria en la que buscaban “programadores de computadoras” para la agencia Normotor, de Carlos Sorasio. “Recuerdo que fuimos cuarenta los que participamos de un test de aptitud en el que había que demostrar algunos conocimientos de lógica. Quedé como único seleccionado”, comenta y prosigue: “Al poco tiempo estaba viajando a diario a la ciudad de Junín para participar de una capacitación muy exhaustiva. Aprendí mucho, pero había algo innato en mí”.
Al recordar cómo fueron aquellos “primeros palotes” en el mundo de la programación, menciona que enseguida aprendió que las computadoras pueden hacer lo mismo que las personas, sólo que más rápido y presentable: “Si hacés las cosas bien, todo lo vas a hacer bien y rápido; si en cambio, lo hacés mal, todo va a funcionar mal también muy rápidamente”.
Con el saber de aquellas lecciones, siguió su intuición, adoptó para sí todas las herramientas que tuvo a su alcance y comenzó a transitar su camino. “En una ocasión vi un folleto, donde escribías el número 1234 y debías traducirlo a letras y lo hice sin tener ningún conocimiento. Cuando la persona que me enseñaba me preguntó como lo había hecho si nadie me lo había enseñado”, agrega. Fruto de sus condiciones, la compañía NCR, que era la competencia de IBM, le dio todas las herramientas para que pudiera trabajar como programador.
Tomar las oportunidades
Siempre supo aprovechar las oportunidades y trabajó con responsabilidad y dedicación desde el primer día. “En enero de 1975 llegó el NCR399, Carlos Sorasio le vendió la computadora al contador Osvaldo Raimundo, quien me propuso que me fuera a trabajar con él”.
“Al cabo de dos años, la compañía NCR me vino a buscar para que me radicara en Estados Unidos. Por supuesto que le dije que no, yo era ‘un nene de mamá’ vivía muy cómodamente y no me faltaba nada. No tenía necesidad de irme”, cuenta, reconociendo que jamás le faltaron buenas oportunidades para crecer en lo suyo, pero tomó aquellas que iban en coincidencia con su proyecto de vida. “Seguí trabajando con Osvaldo Raimundo, yo tenía conocimientos contables y sabía de programación. Todo lo que hacíamos en ese momento era en el ámbito de la contabilidad, facturación, sueldos y mantenimiento de cuentas corrientes”, detalla.
“En 1977 Raimundo compró la primera computadora que se preciaba de tal, una NCR Century 50 y después de realizar los cursos de programación comenzamos a trabajar con ella en las oficinas del segundo piso de Mitre y San Nicolás. Se necesitaban condiciones especiales ya que se debía filtrar el aire para no dañar los discos de almacenamiento”, relata. Y abunda: “Eramos unos cuantos operadores. Teníamos clientes importantes, incluso intentamos informatizar algunos procesos del Banco Nación. Procesábamos grandes volúmenes y trabajábamos para empresas e instituciones importantes”.
Un camino propio
Trabajó en ese lugar hasta 1980. “Me fui cuando creamos CDB, por las iniciales de los tres socios: Corral, Díaz, Bisi . Compramos una máquina NCR y armamos un centro de cómputos propio. Al año siguiente, cambiamos el sello y nació SDB, porque Carlos Corral no continuó e ingresó Pedro Selmi”.
En ese momento y con aquella tecnología, admite que el lenguaje de programación era distinto. Se dispuso a aprender cada detalle: “Me dieron una biblia, un libro impreso en un papel como de cera escrito en inglés. Había que traducirlo, explicarlo y programar de esa manera”.
“Estábamos instalados en calle Pinto, a media cuadra de Rocha. Tomamos el procesamiento del Banco de los Arroyos, y sus ocho sucursales”, cuenta. Y abunda: “Cada día, al cierre del banco nos traían los cheques, las boletas de depósito, los plazos fijos, procesábamos todo, emitíamos los listados y la contabilidad y al día siguiente se llevaban las bolsas con todo”, describe, reconociendo que “hoy es una locura pensar siquiera la posibilidad de trabajar con esa dinámica”.
“Después nos mudamos al segundo piso de la Galería La Plaza y más tarde en Italia 660. Trabajábamos sin descanso. Llegaban nuevos clientes, entre ellos, Estudio Integral (750 jornales) Rulemanes Pergamino, Filus, Cooperativa Eléctrica de Urquiza, Electrodomésticos Pergamino y otros tantos”, detalla. Y prosigue: “La Cooperativa Eléctrica de Colón compró una NCR 8250 y comenzó a dar servicios de datos a las otras cooperativas, también se comenzó a procesar para Ferraris, la Municipalidad de Colón y otras empresas. Después Colón dejó de prestar servicios a terceros y las cooperativas de Hughes y Wheelwright vinieron a nuestra oficina. Para el año 1982 ya estábamos sistematizando administrativamente el Molino Cabodi de Rojas, y procesábamos en nuestro centro de cómputos las cobranzas de Entel y generábamos las órdenes de corte por falta de pago de las aproximadamente 50.000 líneas”, describe, en un inventario seguramente incompleto de hechos y situaciones que marcaron su vida laboral.
También menciona que comenzaron a vender computadoras en el año 1983 y se transformaron en el principal proveedor de servicios informáticos. “Comenzamos a instalar PC en cada cooperativa con sistemas propios”, añade, contando que SDB funcionó hasta el año 1999.
Una nueva etapa
Vendida ya la empresa, siguió programando. “Tenía un mercado vertical que era el de las cooperativas eléctricas. Estaba trabajando con sistemas en las cooperativas de Carmen de Areco, Urquiza, Colón, Juncal, Wheelwright, Hughes, María Teresa, San Gregorio y Godeken, seguí con eso y viajaba mucho”, recrea. Y enseguida refiere: “Hoy, aunque ya estoy jubilado sigo trabajando, pero a otro ritmo, aunque sin descuidar el valor que tiene el trato personal con los clientes”.
“Los sistemas son parecidos entre sí, pero no son todos iguales. Hay que ir, estar, indagar, porque además cada cooperativa tiene su idiosincrasia”, sostiene.
Vivir de su vocación
Sabe que tuvo el privilegio de haber descubierto tempranamente su vocación y haber podido hacer de ella la llave que le abrió todas las puertas. “Reconozco que tal vez lo mío hubiera podido ser la ingeniería electrónica, pero me dediqué a esto y creo que he sido un innovador, por todas las cosas que he hecho”, agrega.
“En un momento fuimos representantes de IBM. Tuve la posibilidad de traer Internet a la zona junto a las cooperativas de Juncal, Hughes, Whelwright y Colón con el nombre de Multinet; y fui el creador de la Red Coopenet junto con todas las cooperativas que daban el servicio en la provincia de Buenos Aires”, comenta.
La vida personal
A través de su computadora, un video de su vida familiar muestra la imagen de su nieta. Aparecen entonces las referencias a su vida personal. Está casado con Carmen Rodríguez, a quien conoció en La Vieja Barraca. “Estuvimos once años de novios”, destaca.
Tienen cuatro hijos: Leticia, que es licenciada en Relaciones Públicas y vive en Londres. Alejandro, que es bioingeniero, creador de una empresa que fabrica bipedestadores para chicos con problemas de movilidad, vive en Paraná junto a su esposa Valentina y tienen a Francina de diez meses. Federico que vive en Rosario, es propietario de bares y confiterías bailables y está en pareja con Emilia. E Ignacio que vive en Tenerife y trabaja en Sistemas, actualmente en un contrato con la RAE.
Habla de su familia con orgullo y gratitud. Es consciente de que su actividad lo distrajo de cuestiones valiosas, pero comprende que ese ritmo fue el que les enseñó también a mensurar el valor del esfuerzo. “Dormía con el teléfono al lado de la cama porque si un servidor no arrancaba, significaba que al día siguiente esa empresa no iba a poder trabajar”, añade. “He dedicado mi vida a trabajar, no tuve demasiado tiempo libre”, reconoce este hombre hincha de Douglas, que en algún momento participó de la vida institucional del club.
Las mejores enseñanzas
En el presente, sigue dedicándose a lo suyo con la pasión del primer día y cuando mira en retrospectiva, lo que le devuelve la realidad es la resultante de aquella siembra. Construyó un nombre propio en el mundo de la programación y en la vida siempre fue fiel a sus ideales. Sin sueños grandilocuentes y dueño de un férreo sentido común, está a mano con la vida y se lleva bien con el paso del tiempo: “Sé que me voy a morir, no sé cuándo, puede ser hoy, mañana, eso no me intranquiliza”.
Su disfrute es seguir trabajando y el resto del tiempo dedicarlo a su casa y a su gente. “Soy muy casero, me quedo frente a la computadora y puedo estar horas leyendo. Soy un apasionado de la historia de la Segunda Guerra Mundial”, cuenta.
Sobre el final, cuando el diálogo lo convoca a hablar de sí mismo, asevera: “Soy un tipo que le busca los ‘peros’ a todo, estoy entrenado para eso”. Al decirlo, vuelve sobre su trabajo y lo que le ha enseñado. “Programando aprendí a mirar los problemas desde todas las perspectivas posibles y a trabajar en la búsqueda de las soluciones”, afirma, sabiendo que esa enseñanza le ha servido tanto en el mundo de las computadoras como en la vida.